El estremecedor relato de Morán Yanai, secuestrada por Hamás

Morán Yanai (derecha) visitó La Estrella de Panamá para contar su testimonio del fatídico 7 de octubre del 2023. Abel Herrera | La Estrella de Panamá

Por Adelita Coriat Actualizado 04/03/2024 00:00 Creado 03/03/2024 17:45

Oriunda de Beher Sheva, la diseñadora de joyas asistió al festival Nova aquél fatídico 7 de octubre de 2023

‘Terrorífico’, dice, es un término ‘respetable’ para calificar lo que vivió. Morán Yanai, de 40 años permaneció secuestrada 54 días en Gaza por la organización terrorista Hamás. Su relato saca a la luz detalles sobre las condiciones en que ella, y aún más de un centenar de personas, jóvenes, adultos mayores, mujeres y niños, sufren después de cinco meses de haber sido llevados a la fuerza. Vigilada 24/7, esperaba horas para ir al baño, tenía prohibido hablar, pensar, llorar, mirar a nada, ni a nadie.

Oriunda de Beher Sheva, la diseñadora de joyas asistió al festival Nova aquél fatídico 7 de octubre de 2023. El sitio ubicado a pocos kilómetros de la franja de Gaza concentró a artistas, músicos, cantantes y jóvenes. Todo fue música y alegría, pero a las 6:25 de la mañana se volvió un infierno.

Este es su relato:

Mi imagen inicial cuando empezó el ataque, es de un resplandor inmenso y dos misiles que se elevaban. Aún había música en el festival, algunas personas seguían bailando, pero después de unos minutos pararon la música y empezaron a gritar de que estaban atacando con misiles y debíamos escondernos.

Decidí esconderme debajo de la mesa de la tienda que pusimos para vender las joyas y eventualmente el cuidador del festival nos dijo que había que evacuar el lugar porque no cesaban los cohetes. Estuvimos escondidas, mi amiga y yo por una hora, pero aún sin entender qué pasaba a nuestro alrededor.

En la calle 232 que conducía al festival ya habían matado a quienes se habían escondido en sus coches. Al principio escuchaba detonaciones a lo lejos, pero poco a poco ese estruendo se acercaba, 200 metros, 100 metros de donde estábamos, hasta que pude escuchar el silbido de las balas rozándonos. Aún así la gente no estaba anuente de qué estaba pasando, porque veías personas corriendo y luego caminaba. Ante el escenario surrealista pensé que todo era producto de mi imaginación, que no pasaba nada, que el ruido provenía de una explosión en el escenario o algo del festival.

Yo fui soldado, reconozco la artillería de Israel, y esto no sonaba como la de nosotros. Eventualmente vimos una bola humana que venía de la calle 232, conocida por las imágenes de los noticieros que después registraron docenas de autos quemados y sus ocupantes asesinados, cuerpos regados en el pavimento, y otros que huían de los terroristas. Los atacantes estaban disparando a mansalva a la gente, así que algunos abandonaron sus coches y corrieron para esconderse entre los árboles. Los terroristas pasaban y les disparaban. Estábamos cercados.

Yo traté de esconderme pero en un momento me vi rodeada de varios hombres, todos terroristas. Intenté zafarme un par de veces, fue cuando me rompí la pierna. Al final ellos me jalaron y me metieron a la fuerza en un carro. Hicieron un vídeo de eso. Entramos a Gaza y me presentaron como un trofeo para los terroristas. En el coche se sentaron tres en el asiento de adelante, cuatro en el de atrás y en la cajuela otros tres. Yo era la única mujer sentada entre ellos.

Cuando entramos a Gaza fue horrible. Era como una especie de toro en una arena. Inventaron una historia sobre mí, como si fuera una persona importante. Me empezaron a pegar dentro del carro, la puerta estaba abierta y la muchedumbre también se acercó a pegarme. De repente alguien me jaló y me llevó a un hospital y me pusieron un yeso en la pierna. En realidad necesitaba una cirugía. En todo caso, yo lo sentí como si me hubieran ‘salvado’ porque me extrajeron de los golpes.

El dolor de la fractura dejó de ser importante cuando realicé que estaba rodeada de trece hombres que se peleaban entre ellos para observarme. Vino un supuesto doctor que me habló en hebreo y le dije que me salvara, que él era un médico y debía salvar vidas. Él me miró con una sonrisa cínica, no dijo nada.

Luego me llevaron a una casa. Desde el principio hasta el final siempre estuve rodeada de terroristas de Hamás, no vi familias o ciudadanos de Gaza. Me movían a varias casas y en cada una sólo había hombres, atacantes. En algunos lugares dormían conmigo y otra joven de 18 años que también estaba secuestrada. En otros nos encerraban en un cuarto y tenías que esperar a que te abrieran la puerta para poder ir al baño, cuando ellos quisieran.

No sabía quién era la chica. Nos prohibían hablar entre nosotras. Luego me enteré que venía de un kibutz y que no sabía qué había pasado con su familia. Después se enteró que su papa y su tía habían sido asesinados, al igual que siete de sus amigas.

Mientras estuvimos juntas estaba prohibido mirarnos una a la otra, o llorar. Ni siquiera podíamos pensar. A veces me veían como mirando a un lado y el terrorista me preguntaba: ¿Estas pensando?, no, no puedes pensar. Yo les decía que miraba a la pared. Tenía que seguirles el juego. No podías tomar nada, ni comer, ni pensar, hablar, o mirar a nada ni nadie.

Me decían que nadie me buscaba, que no le importaba a nadie. Que no le interesaba a mi país, porque ellos trataron de devolverme, pero no quisieron. Todos los días nos repetían eso, sin parar. Hubo dos señoras mayores que fueron liberadas al principio, Israel lo celebró, pero ellos nos dijeron que Israel no las quiso recibir, así que se iban a morir en Gaza, cuando era mentira, ya estaban a salvo. Yo sabía que eso no era verdad.

Querían que repitiéramos constantemente que Hamás nos estaba tratando bien, que nos daban medicina y comida. Eso era lo que teníamos que decir y creer todos los días, aunque no fuera cierto. Me tomaron cuatro vídeos como prueba de vida, pero nunca supe si lo mandaron a mi familia porque ellos nunca los vieron.

Entre los secuestrados que estuvieron conmigo por 49 días, un joven y una chica de 18 años fueron liberados antes, pero no podíamos hablar entre nosotros, ni siquiera enviar un mensaje a nuestra familia. Cuando ellos fueron liberados, me dijeron: “Ahora no, no vas a salir tu”. Cada instante temí ser violada o asesinada o ser ahorcar en medio de la ciudad. Terrible, es una palabra respetable para describir lo que vivimos. Yo tengo 40 años, no quiero imaginar lo que pueden estar pasando las personas mayores, las madres con sus hijos pequeños que están secuestrados, las jóvenes de 20 años, los bebés. Creo que deben estar en los túneles.

Mi fe me salvó. A pesar de que el ejército israelí nos estaba buscando, los terroristas nos ponían en una situación en la que era mejor que no nos encontraran. Yo estaba siempre a lado de la puerta y hubiera sido la primera en recibir las balas. No es fácil entender la situación. No sabíamos que el ejército había entrado en Gaza, solo escuchábamos los aviones de la fuerza israelí. Todo era un caos, estaba todo destruido. Nos decían, que no teníamos un país a donde regresar, y que aunque regresáramos, nos iban a mandar un misil a nuestra casa. Constantemente jugaban con mi mente.

Por dos meses no me bañé. Usé la misma ropa interior. Con la poca agua que nos daban no sabía si lavarme la cara o los dientes. Nos daba una ración de arroz al día. Y si acaso nos daban dos, teníamos que compartirla entre tres. Mientras estuve secuestrada perdí más de ocho kilos. La Cruz Roja nunca vino a atestiguar nuestras condiciones.

El día de mi liberación es muy difícil describirlo. Hasta ese momento siempre tuve el temor de que me dijeran: hoy no. Me lo hicieron cuatro veces. Ese día éramos nueve israelíes. Nos juntaron 24 horas antes. Debías decir que todo estaba perfecto, de lo contrario te podían matar. El último día te hacen sentir como si ellos no fueran terroristas. Nos dieron mucha comida. Nos hicieron tres vídeos y nos obligaron a decir lo bien que nos trataron. Si me quedaba en Gaza seguramente hubiera perdido mi pierna, ya estaba negra cuando me quitaron el yeso.

A media noche nos llevaron a un carro. Nos habían dicho que íbamos a ser liberados, pero hasta el momento en que cruzas la frontera no puedes asegurar que eres libre. Todo puede pasar. Vimos el jeep de la Cruz Roja, pero la muchedumbre empezó a gritar Allah Akbar, esa frase no es buen síntoma porque piensas que va a pasar cualquier cosa.

Dejar Gaza fue un sentimiento de gratitud, porque gané, sobreviví. Quiero que los que se quedaron puedan salir libres también. Dos de mis amigas fueron asesinadas en Gaza dos semanas después de mi liberación.

360 jóvenes fueron asesinados a sangre fría, golpeados o quemados hasta la muerte y otros 40 fueron secuestrados en el festival Nova.

Fuente: https://www.laestrella.com.pa/mundo/el-estremecedor-relato-de-moran-yanai-secuestrada-por-hamas-YB6289133

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