No, Israel no es un apartheid

Medio Oriente

29 ABRIL, 2021

La organización Human Rights Watch (HRW) publicó el pasado martes un informe de más de 200 páginas titulado “Un Umbral Cruzado: las Autoridades Israelíes y los Crímenes de Apartheid y Persecución” que recicla la vieja acusación ampliamente desacreditada de que el Estado de Israel ejerce un apartheid contra los palestinos. Esta comparación no es nueva: comenzó después de la Guerra de los Seis Días cuando la Unión Soviética, furiosa por la derrota de sus aliados árabes, lanzó una masiva campaña de propaganda en todo el Bloque Oriental que relacionaba al sionismo con el racismo, el nazismo, el genocidio, el imperialismo y el apartheid. Desde ese entonces, con argumentos variados, las analogías entre Israel y el régimen racista sudafricano se han convertido en un elemento central en el discurso antisionista.

Esta acusación ridícula y maliciosa debe ser refutada con argumentos históricos y políticos rigurosos, que es lo que intentará hacer este artículo analizando en detalle el informe de HRW. Sin embargo, antes de ello se comenzará por mostrar que esta organización ha tenido un sesgo negativo histórico respecto de Israel y que este documento está lejos de ser el primer ataque que realiza en su contra.

Human Rights Watch: no precisamente un actor objetivo.

Human Rights Watch, una organización no gubernamental internacional con sede en Nueva York, fue fundada en 1978 y tiene como misión -al menos teóricamente- abogar por los derechos humanos. A lo largo de su historia ha sido objeto de críticas por parte de varios observadores por sus sesgos en el conflicto árabe-israelí, incluido su fundador y ex presidente Robert Bernstein.

Kennet Roth, director ejecutivo de HRW desde 1993, ha demonizado obsesivamente a Israel. Por ejemplo, durante la guerra de Gaza de 2014, comparó las acciones de Jerusalén con la Alemania de Hitler y a los israelíes de derecha con los nazis. Frente a diversos ataques antisemitas que tuvieron lugar en Europa con la excusa de la guerra, Roth también culpó a Israel, insinuando así que los propios judíos tenían la culpa del antisemitismo que sufrían. El abogado además fue criticado durante la Segunda Guerra del Líbano de 2006 por el silencio de HRW sobre los crímenes de Hezbollah, Líbano, Siria e Irán y las numerosas acusaciones contra Israel, incluso en ausencia de evidencia de crímenes. Roth también ha utilizado su cuenta de Twitter repetidas veces para decir que en Israel hay leyes como las de “Jim Crow” (las que instalaron el segregacionismo en Estados Unidos) y una política de “apartheid”.

Asimismo, Marc Garlasco, quien a partir de 2003 se convirtió en el experto militar de HRW, tuvo que ser despedido en 2009 luego de que se descubriera que coleccionaba memorabilia nazi. A partir de comentarios que hacía en foros nazis, podía verse que Garlasco estaba obsesionado con el color de piel y el nazismo, incluso publicó un libro de 430 páginas sobre la parafernalia de la guerra nazi. Pero esto no es lo peor: HRW inicialmente respondió defendiendo a Garlasco, diciendo que las acusaciones eran “monstruosas” y que eran parte de una “injusta campaña israelí” para desviar la atención de las violaciones de derechos humanos cometidas por el Estado judío y desprestigiar a las organizaciones que las denunciaban. Es decir, frente a la evidencia de que un empleado de alto nivel de participaba en foros nazis, compraba memorabilia nazi, escribía libros elogiosos del nazismo y hasta vestía prendas nazis, la organización decidió culpar a los judíos de conspirar contra ella. Terminaron cediendo ante la presión y despidiendo a Garlasco.

Marc Garlasco. HRW no encontraba nada malo en su vestimenta y solo veía un apasionado por los temas militares.

Marc Garlasco. HRW no encontraba nada malo en su vestimenta y solo veía un apasionado por los temas militares.

Por otro lado, Sarah Leah Witson, quien de 2004 a 2020 se desempeñó como Directora de la división de Medio Oriente y África del Norte de HRW, ha llevado adelante desde su cargo “una cruzada contra Israel con el tipo de indiscreción ridícula que en mejores tiempos la habría puesto al margen del debate público”. La mujer llegó a exigir que el Museo del Holocausto de los Estados Unidos incluyese “fotos de la muerte y destrucción en Gaza” y frente a la campaña de la comunidad judía del Reino Unido contra el antisemitismo de Jeremy Corbyn, acusó a Israel de estar detrás de la misma y de inmiscuirse en la política británica. Nuevamente HRW denunciaba conspiraciones judías oscuras mientras hacía silencio frente al antisemitismo.

Hay más: Joe Stork, actual Director Adjunto de Asuntos de Medio Oriente en HRW, apoyó en el pasado abiertamente ataques terroristas palestinos contra civiles judíos y se opuso a todos y cada uno de los tratados de paz entre Israel y los Estados árabes. Antes de unirse a HRW en 1996, Stork fue cofundador y editor del Middle East Report, el cual, por ejemplo, después del asesinato de atletas israelíes en los Juegos Olímpicos de Munich de 1972, instó a “comprender los logros de la acción de Munich” dado que “ha proporcionado un importante impulso a la moral entre los palestinos en los campos”. Stork incluso viajó al Irak de Saddam Hussein para una conferencia sobre “sionismo y racismo”. A pesar de estos antecedentes que normalmente excluirían a cualquiera de integrar cualquier grupo de derechos humanos, ingresó sin problemas a HRW.

Finalmente, y para no extender este apartado mucho más, el actual director para Israel y Palestina de HRW es Omar Shakir, quien figura además como el autor principal de este informe. Shakir es un histórico activista del BDS, el movimiento que llama a boicotear el Estado de Israel, activismo que no dejó de lado cuando ingresó a HRW ya que una vez en su cargo presionó a Airbnb y a la FIFA para que se unieran al boicot. Además, repetidamente invoca los términos “apartheid” y “racismo” cuando habla de Israel, país al que se la pasa demonizando en su cuenta de Twitter. Todo esto llevó a que Jerusalén no le renovase la visa en 2018 y fuese expulsado el año siguiente.

Queda bastante a la vista la agenda claramente política, no legal y no objetiva de HRW cuando de Israel se trata, lo cual contrasta fuertemente con las normas de universalidad y neutralidad política que debería tener una organización de derechos humanos. Robert Bernstein, el fallecido fundador de HRW que presidió el organismo durante 20 años, afirmó incluso en una columna para el New York Times que si bien la misión original de la organización era “forzar la apertura de sociedades cerradas, defender las libertades básicas y apoyar a los disidentes” lamentablemente había devenido en una institución que usaba sus recursos e influencias para ayudar a “quienes desean convertir a Israel en un Estado paria”. En este contexto, resulta difícil creer que este nuevo informe se haya realizado con objetividad y buena fe. Como se verá, las sospechas son correctas.

El informe.

HRW afirma en este documento que el trato de Israel a los palestinos, tanto dentro del Israel soberano como en los territorios, cumple con la definición legal de crímenes de apartheid establecida en el Estatuto de Roma de 2002 de la Corte Penal Internacional. Los crímenes de apartheid se definen allí como “actos inhumanos cometidos en el contexto de un régimen institucionalizado de opresión y dominación sistemáticas por un grupo racial sobre cualquier otro grupo o grupos raciales y cometidos con la intención de mantener ese régimen”.

Para respaldar su afirmación, HRW señala una serie de leyes y políticas israelíes que considera que cumplen con esta definición. Una a una, estas son:

1) La Ley de Retorno de 1950 de Israel, que otorga la ciudadanía a todos los judíos (definidos aquí como cualquier persona que tenga al menos un abuelo judío o se haya convertido al judaísmo) que quieran inmigrar al país. Según el informe, esta legislación les otorga a los judíos una ventaja frente a los demás a la hora de obtener la ciudadanía y además discrimina a los refugiados palestinos y sus descendientes que quieren el mismo “derecho al retorno”.

Esto resulta bastante ridículo: la Ley del Retorno no es racista ni es un invento israelí. Leyes similares existen en muchas democracias, especialmente aquellas con grandes diásporas, como Armenia, Irlanda, Finlandia, Grecia, Polonia, Alemania e Italia. De hecho, la Convención Internacional sobre la Eliminación de todas las Formas de Discriminación Racial de 1965 permite a las naciones favorecer a ciertos grupos para la ciudadanía siempre que no haya discriminación contra ninguno en particular. Este es el caso de Israel, que favorece la inmigración judía pero no prohíbe la inmigración ni la naturalización de personas de otros grupos étnicos.

Respecto a la acusación de no permitir el “retorno” de millones de palestinos de la diáspora al territorio israelí, esto es aún más ridículo. El reclamo de un “retorno” de millones de palestinos a Israel es incompatible con una solución de dos Estados dado que significaría para Israel su destrucción por la vía demográfica. Cuando haya un Estado Palestino, tendrán derecho de “retornar” allí, pero no a Israel.

2) La Ley del Estado-Nación sancionada en Israel en 2018 que especifica la naturaleza del Estado de Israel como el Estado-Nación del pueblo judío. El informe de HRW afirma que esta legislación reforzó la identidad judía del país a expensas de la igualdad para todos sus ciudadanos y que abrió la puerta para anexar Cisjordania.

Esta ley claramente puede ser mejorada: incluso varios sectores de la sociedad israelí piden modificarla para incluir, luego de la declaración de que Israel es un Estado judío y democrático, que es “un hogar que tiene los mismos derechos para todos sus ciudadanos”. Aun así, es casi completamente declarativa y no ha modificado prácticamente nada en el terreno más que sacar al árabe como idioma oficial del país (aunque a la vez le otorgó un estatus especial). Por otro lado, el riesgo de anexión no puede ser la base de una acusación de apartheid porque no ha sucedido y es poco probable que ocurra en un futuro próximo: el apartheid no fue malo por lo que pudo ser sino por lo que fue.

La ley Estado-Nación no se parece en nada a las leyes del apartheid y, en cambio, se parece mucho a numerosas disposiciones constitucionales democráticas europeas. Por ejemplo, la Constitución de Letonia comienza invocando la “voluntad inquebrantable de la nación letona de tener su propio Estado y su derecho inalienable a la autodeterminación para garantizar la existencia y el desarrollo de la nación letona, su idioma y cultura a lo largo de los siglos”. Letonia tiene un 25% de población rusa ¿los letones están ejerciendo entonces un apartheid contra la minoría rusa por tener ese texto en su constitución? Asimismo, la Carta Magna croata afirma: “considerando (…) el derecho inalienable e indivisible, intransferible e inextinguible de la nación croata a la libre determinación y soberanía estatal (…) la República de Croacia se establece como el Estado nacional del pueblo croata y el Estado de los miembros de las minorías nacionales autóctonas”. Se ve cómo el pueblo croata tiene un estatus distinto en el texto que el resto de los grupos sociales ¿la constitución croata es racista?

Lo cierto es que la mayor parte de los Estados de Europa oriental tienen una legislación similar a la israelí porque, al igual que Israel, han nacido del desmiembre de antiguos imperios: distintos colectivos en ese contexto demandaron y tomaron medidas para su autodeterminación. Los Estados actuales son el resultado de este proceso y en todos los casos los derechos de las minorías están garantizados, algo que no ocurre en los países vecinos de Israel donde las minorías son oprimidas abiertamente (coptos en Egipto, yazidíes en Irak, kurdos y alevíes en Turquía, kurdos en Siria, bahaís en Irán, etc.). Entonces, se acusa de apartheid al único Estado de Medio Oriente que resolvió de manera democrática el problema de tener una sociedad con diversas identidades tribales fuertes y que respeta y garantiza los derechos básicos de aquellos que no se identifican con la identidad mayoritaria.

3) El informe acusa también a Israel de robarse el agua de los palestinos. Dice textualmente: “si bien los Acuerdos de Oslo de 1995 incluían disposiciones que prometían aumentar el acceso de los palestinos al agua, los niveles de extracción palestina se han mantenido en gran medida en los niveles anteriores a Oslo, mientras que la población ha aumentado”. Agrega: “las autoridades israelíes también mantienen el control principal sobre los recursos hídricos en Cisjordania y asignan agua de manera discriminatoria a los palestinos”.

Pero lo cierto es que el consumo total de agua en Cisjordania en 1995 (pre-Oslo) fue de alrededor de 40 millones de metros cúbicos, número que aumentó a 118,9 millones en 2018. Ese mismo año, la extracción palestina de agua fue de 96,6 millones de metros cúbicos. Por lo tanto, no sólo aumentó el consumo y la extracción, sino que incluso esta última no cubre toda la demanda y el faltante es cubierto por Israel. Cada año más de 70 millones de metros cúbicos de agua de fuentes dentro de Israel se envían a Cisjordania. Ramallah, por ejemplo, recibe más de 10 y Gaza otros 4 anualmente (para mayor detalle de este tema, ver este reporte de Camera).

4) HRW afirma que Israel les expropia activamente tierras a los palestinos. Dice: “el gobierno israelí también ha llevado a cabo incautaciones discriminatorias de tierras dentro de Israel. Las autoridades han confiscado a través de diferentes mecanismos al menos 4,5 millones de dunams de tierra de los palestinos (..) las autoridades continúan impidiendo que los terratenientes ciudadanos palestinos accedan a tierras que les fueron confiscadas”.

Sin embargo, como bien señala Alex Safian, Israel no podría haber confiscado 4,5 millones de dunams de tierra a los palestinos por la sencilla razón de que los palestinos nunca tuvieron tal cantidad de territorio. El informe supone que cualquier tierra que los judíos no poseían en 1948 era entonces propiedad de los árabes aunque los registros de las autoridades del Mandato Británico muestran que los árabes poseían como máximo el 14% y los judíos el 8,6%, siendo el resto tierras públicas. Entonces, la mayor parte del terreno que HRW acusa a Israel de haber tomado de los palestinos nunca fue palestino en primer lugar (para más detalles sobre este punto, referirse nuevamente al reporte de Camera).

5) La valla de seguridad construida por Israel durante la segunda intifada es también mencionada como un elemento que prueba que el país ejerce un apartheid contra los palestinos. La valla incluso ilustra la portada del informe, que convenientemente elige una foto de la parte que es de concreto, la cual representa solo el 5% del total ya que la mayoría es de alambre. Asimismo, se denuncian los checkpoints (puestos de control) que los palestinos deben atravesar para ingresar a Israel.

La valla de seguridad israelí, como se la ilustra convenientemente en la portada del informe. Human Rights Watch.

La valla de seguridad israelí, como se la ilustra convenientemente en la portada del informe. Human Rights Watch.

Si bien la intifada es un evento que muchas personas en Occidente gustan de romantizar, en la práctica consistió en un levantamiento sumamente violento que dejó cientos de civiles muertos e incluyó decenas de ataques terroristas suicidas. Algunos de estos atentados se produjeron en la entrada de un boliche donde adolescentes hacían cola para ingresar, en un hotel donde tenía lugar un Seder de Pesaj, en la cafetería de una universidad, en una pizzería llena de niños, en sinagogas, transporte público de pasajeros, restaurantes, paradas de colectivo, etc. Si bien la mayoría de las víctimas se produjeron en estos atentados suicidas, durante la intifada algunos israelíes también fueron asesinados en tiroteos, apuñalamientos, linchamientos, con cohetes y otros métodos de ataque. El 80% de las víctimas israelíes de la segunda intifada fueron civiles.

Es este el contexto donde se construye la valla de seguridad y se instalan los checkpoints, contexto que convenientemente nadie de quienes denuncian estas medidas se molesta en mencionar. De hecho, a pesar de la extensión del informe de HRW, se ignora por completo el terrorismo palestino, no se hace ni una sola mención al mismo. Se critican las restricciones a la circulación, pero no se dice jamás que se establecieron solo en respuesta a una ola terrorista.

Para que quede aún más claro: en 2002, antes de construida la valla de seguridad, 452 israelíes fueron asesinados en ataques terroristas y otros 293 al año siguiente. Para 2006, con la primera fase construida, esa cifra bajó a 64. En 2010, con la construcción todavía más avanzada, fueron solamente 9. En 2008, un líder de la Jihad Palestina, Ramadan Shalah, admitía a la prensa qatarí que por culpa de la valla construida por Israel, la capacidad de “resistir” mediante ataques suicidas se había visto muy limitada.

Víctimas fatales israelíes comparadas con kilómetros construidos de la valla. Ministerio de Defensa de Israel, 2006

Víctimas fatales israelíes comparadas con kilómetros construidos de la valla. Ministerio de Defensa de Israel, 2006.

HRW intenta entonces presentar las medidas antiterroristas israelíes no violentas como políticas de apartheid, ignorando por completo el contexto del terror palestino y sus víctimas. Por otro lado, no hace ninguna mención ni responsabiliza en absoluto al liderazgo palestino, el cual no hace prácticamente nada para frenar el terrorismo, sino que, al contrario, lo promueve por ejemplo pagándoles salarios de por vida a quienes cometan actos terroristas (o, si mueren en el acto, a sus familias). Aun así, la condena es únicamente a las medidas que se instalan para proteger civiles del terrorismo y jamás al terrorismo ni a quienes lo promueven. Quizás si los que escriben estos informes y los que los aplauden vigorosamente se viesen sometidos a este nivel de violencia entenderían por qué se construyó el “muro” y los checkpoints que les parecen tan horribles.

Todo esto, por supuesto, no quita que los puestos de control son una realidad inconveniente que crea dificultades para los palestinos cuando ingresan a Israel todos los días para trabajar. Muchos sienten que estas medidas son degradantes y está claro que no son una solución perfecta de ninguna manera. Aun así, mientras no haya un acuerdo de paz, son necesarias para garantizar la seguridad de los ciudadanos de Israel, sean judíos o árabes.

Otro error grosero del informe es que no hace una distinción entre los árabes-israelíes (los árabes ciudadanos de Israel que viven dentro de su territorio soberano), los palestinos que viven en Cisjordania bajo la Autoridad Palestina y los palestinos que residen en la Gaza controlada por Hamas. Se aplica el mismo criterio a todos ellos y se los define a todos como palestinos, lo cual, como señala Alon Pinkas en Haaretz, es un defecto analítico fatal o un sesgo ilegítimo engañoso y desinformador.

Como último comentario en este apartado, vale decir que las ilustraciones incluidas en el informe y con las que el mismo se presentó en redes sociales son llamativas. Estas retratan a los israelíes como gente blanca y a los palestinos como personas de color, lo cual está diseñado exclusivamente para, por un lado, insinuar que los primeros son europeos y los segundos un pueblo del Medio Oriente y, por otro, presentar el conflicto en el lenguaje de las discusiones raciales occidentales. Esto es totalmente inexacto y absurdo: la mayoría de los judíos israelíes son descendientes de judíos africanos y mediorientales y se parecen mucho más al dibujo del palestino que al del israelí (y también hay palestinos que se ven así). De hecho, en las últimas semanas, cuando palestinos de Jerusalén Este lanzaron un desafío viral de TikTok que consistía en agredir judíos, seleccionaban ortodoxos ya que de otro modo corrían el riesgo de terminar atacando a uno de los suyos. Es decir, sin una vestimenta religiosa visible, judíos y palestinos son imposibles de distinguir a ojo. Ciertos grupos progresistas occidentales deberían entender alguna vez que el resto del mundo no es una extensión de sus sociedades y que los problemas en Medio Oriente tienen una lógica y un contexto muy diferentes.

Ilustraciones incluidas en el informe de HRW.

Ilustraciones incluidas en el informe de HRW.

El apartheid sudafricano: por qué no tiene nada que ver con Israel.

Los afrikaners sudafricanos eran colonialistas holandeses que fueron racistas desde el principio y desarrollaron intencionalmente el apartheid. Este régimen se caracterizó por una deshumanización institucionalizada, cruel y sistemática de la mayoría de la población -los negros- por parte de la minoría -los blancos. La esencia misma del apartheid como su nombre lo indica fue la separación física de las personas basada en una jerarquía racial impuesta por ley: había playas, autobuses, autopistas, hospitales, escuelas y universidades segregados. Además, como explica el especialista en derecho internacional Eugene Kontorovich, en virtud de la Ley de Ciudadanía de la Patria Bantú de 1970, el gobierno sudafricano despojó a los negros de su ciudadanía, lo que los privó de los pocos derechos políticos y civiles que les quedaban para ese entonces.

Mientras tanto, los judíos que regresaron y regresan a Israel no son invasores y jamás llevaron adelante un plan intencional de explotación y segregación de árabes. Ni siquiera la ocupación actual es algo que los israelíes se propusieron hacer como parte de una estrategia previamente establecida. Por otro lado, a pesar de todos los aspectos de la ocupación militar, ésta no se basa en jerarquías raciales, las cuales no existen en la ley israelí. En el país y en todos los territorios bajo su jurisdicción no hay separaciones de este tipo: judíos y árabes, israelíes y palestinos frecuentan las mismas calles, negocios y restaurantes, trabajan juntos y van a los mismos hospitales. Y no, la popular acusación de que hay autopistas y calles en Cisjordania que son únicamente para judíos es falsa: debido a la explosión de violencia de la intifada, Israel restringió algunas carreteras solo para ciudadanos israelíes, sean judíos o árabes. Dado que las restricciones se basan en la nacionalidad y no en la religión o la etnia, decir que esto es un símbolo del apartheid es una falacia.

Asimismo, Israel no desalojó a los ciudadanos árabes ni ha revocado su ciudadanía. Los árabes-israelíes tienen plenos derechos de voto, mientras que los palestinos no ciudadanos en los territorios votan en las elecciones palestinas. Los ciudadanos israelíes no tienen derecho a voto en el gobierno palestino porque es un gobierno diferente e independiente. Del mismo modo, los palestinos no votan en Israel, no porque sea apartheid, sino porque desde los Acuerdos de Oslo de 1993 tienen su propio gobierno.

Por otro lado, los bantustanes fueron creados por las propias autoridades del apartheid bajo una serie de leyes y su supuesta independencia no fue reconocida por otros países. El gobierno palestino, en cambio, y siguiendo nuevamente a Kontorovich, fue creado por los propios palestinos en negociaciones llevadas a cabo bajo los auspicios internacionales y es reconocido internacionalmente como representante legítimo de la población palestina en casi todos los países del mundo. Además, Israel nunca anexó Cisjordania y Gaza. Si realmente como dice el informe tuviese la aspiración de controlar eternamente a los palestinos, ya lo habría hecho. Si Israel anexase los territorios y crease bantustanes privados de derechos, entonces ahí sí cabría la acusación.

Finalmente, en la Sudáfrica del apartheid, la mayoría de la población era económicamente explotada por la minoría blanca que necesitaba de ellos. Los israelíes no viven de los palestinos, reconocen su autonomía y quieren que tengan su Estado. No reclaman el control sobre esa población, no la explotan económicamente ni tampoco anexaron sus territorios negándoles ciudadanía.

Como se ve, cualquier analogía entre la situación de los palestinos en Israel y los territorios hoy y la de los negros en Sudáfrica en la segunda mitad del siglo XX no tiene ningún sentido y es una banalización de los horrores del apartheid. Además, con este nuevo estándar de HRW, todos los países que han construido o están construyendo vallas de seguridad o muros de separación (por ejemplo, Rusia, Arabia Saudita y Turquía) serían regímenes de apartheid. Estados Unidos estaría ejerciendo un apartheid contra Puerto Rico, ya que los tres millones de habitantes de la isla no tienen más representación en el Congreso americano que un delegado simbólico en la cámara baja. Asimismo, todas las naciones que tienen leyes que facilitan el retorno de sus diásporas, como Armenia, Alemania, Polonia o Italia serían apartheids porque privilegian a ciertos grupos por sobre los demás a la hora de otorgar ciudadanía. También cualquier Estado que en su constitución se declare como la nación de determinado pueblo sería un apartheid. Si se suma a esto el trato de China hacia los uigures o de Egipto hacia los coptos podría decirse entonces que medio mundo es un apartheid. Esto es lo que ocurre cuando se banaliza y se redefine un término con fines políticos: el mismo pierde sentido y peso y pasa a significar absolutamente nada.

(Para profundizar este punto, puede recurrirse además de al citado trabajo de Kontorovich, a este artículo de Yaffa Zilbershats).

Conclusión.

Este reporte jamás prueba que en Israel haya un régimen de apartheid bajo estándares sudafricanos, simplemente menciona una serie de medidas que a HRW no le gustan. Es decir, el organismo modifica la definición de crimen apartheid para que encaje con esas políticas seleccionadas y, por tanto, con la situación actual en Israel. Irónicamente, el documento se basa en el trabajo de campo de grupos con sede en Israel que recopilaron datos y materiales. Ninguno de ellos habría podido funcionar con libertad bajo un verdadero régimen de apartheid.

Algunas de las políticas criticadas terminan efectivamente produciendo una situación injusta hacia los palestinos, por más que los objetivos al haberlas puesto en práctica y mantenerlas no fuesen ni sean esos y se justifiquen por razones de seguridad. Pero en todo caso, lo que se debe hacer es criticarlas para contribuir a su modificación y además hacerlo de manera honesta, teniendo en cuenta el contexto donde surgieron y por qué se llevaron adelante, incorporando a la ecuación el terrorismo y maximalismo palestinos. Pero lo que HRW busca mediante este documento no es que Israel mejore las políticas citadas sino deslegitimar su existencia en sí misma: instalar la idea que es un régimen de apartheid es decir que el Estado mismo y por consiguiente también el sionismo es inherentemente racista. Y la solución para el apartheid no es la reforma, es la abolición. No se pretende que Israel sea mejor, sino que no exista más como Estado judío.

Como señala Seth Frantzman, el informe presenta a Israel como controlando no sólo Cisjordania sino también Gaza, es decir, no importa cuánta autonomía tengan los palestinos, para HRW et al seguirán estando bajo control israelí. La única forma de solucionar esto para estas organizaciones es mediante un Estado binacional, donde Israel anexe todas esas áreas y les otorgue ciudadanía a los millones de palestinos en ellas y a los de la diáspora que deseen “retornar”, perdiendo así su mayoría judía. Sí, el conflicto israelí-palestino existe, hace 50 años hay una semiocupación en Cisjordania y los palestinos sufren injusticias por parte de Israel. Pero informes como el de HRW buscan instalar que la única manera de solucionar todo esto es desmantelando al Estado judío.

Si HRW estuviese realmente preocupada por la ocupación y las injusticias que los palestinos sufren debido a ella, intentaría al menos alguna vez presionar al otro lado para que acepte un plan de paz que permita ponerle fin. Desde junio de 1967 Israel expresó una y otra vez que su control de los territorios era temporal: si esto se convirtió en una “temporalidad prolongada” ha sido fundamentalmente porque el liderazgo palestino se ha negado sistemáticamente a poner fin al conflicto aceptando un Estado judío sin peros y de una forma u otra han reclamado siempre todo para ellos. Israel ha tratado de llegar a un arreglo con los palestinos en repetidas ocasiones con el fin de solucionar el problema, ofreciendo planes que satisfacían prácticamente todas sus demandas. No sólo los han rechazado todos, jamás han presentado una sola contrapropuesta. Es tiempo de empezar a asignarle a los palestinos la responsabilidad que les cabe en la perpetuación del problema.

Por otro lado, la Autoridad Palestina condena hasta con la muerte al palestino que le venda tierra a un judío ¿nunca nadie se pregunta por qué hay árabes-israelíes pero no existen los judíos-palestinos? ¿o por qué un judío viviendo en Cisjordania es llamado “colono” pero un árabe viviendo en Israel es un israelí? ¿será porque el liderazgo palestino ha creado un régimen que impide que cualquier judío viva bajo su jurisdicción? ¿no es evidencia esto de un régimen racista para HRW?

No hacer mención al terrorismo y antisemitismo en la sociedad palestina, a la corrupción sistémica de sus autoridades, al encarcelamiento y tortura de periodistas críticos, a la falta de un liderazgo unificado que sirva como interlocutor y de elecciones limpias tanto en Gaza como en Cisjordania, a los repetidos crímenes de guerra contra civiles israelíes por parte de Hamas, al bloqueo que Egipto ejerce conjuntamente con Israel en Gaza, a la constante y eterna negativa a reconocer Israel como Estado judío sin peros y negociar una paz genuina como han hecho muchos de sus vecinos y a la inviabilidad del llamado “derecho al retorno”, entre tantas otras cosas, es absolutamente deshonesto e impide cualquier discusión seria sobre por qué se mantienen la valla de seguridad, los checkpoints, las transferencias de agua y la propia ocupación israelí.

Pero como se dijo, está claro que el objetivo de estos informes (este de HRW o el lanzado por el grupo B’Tselem en enero) no es buscar una solución a la ocupación sino deslegitimar la existencia misma de Israel. El mensaje es claro: incluso si Israel se retirase de Cisjordania estos grupos lo seguirían definiendo como “apartheid” por su ley del retorno, por su ley de Estado-Nación, por lo que sea. No hay forma de que el Estado judío pueda liberarse de esta nueva definición. Así, quien paga el costo de la intransigencia y el maximalismo palestinos es Israel que termina siendo acusado de apartheid, haga lo que haga. Pero los judíos no se van a suicidar renunciando a su autodeterminación y a su soberanía por más informes que aparezcan acusándolos falsamente de los peores crímenes del mundo, por lo que, si realmente se tiene genuino interés en resolver el conflicto y acabar con el sufrimiento palestino, habría que intentar alguna vez con otra cosa.

Fuente: https://www.basileamag.com/302/no-israel-no-es-un-apartheid/